El
texto que escribo a continuación es una adaptación al castellano de
otro que publiqué originariamente en lengua inglesa como parte del
blog DIEM25 Utrecht DSC. Realmente serán una serie de textos que
darán mi visión de lo que está pasando con la Crisis desatada en
Cataluña desde hace ya un tiempo e intensificada en el último mes.
Como antiguo ciudadano español, no puedo simplemente ignorar un
evento rupturista de estas características, que en ciertos foros lo
han calificado como el desafío más importante que ha tenido el
Régimen del 78 en sus más de 40 años de vida. De hecho, se están
alcanzando unos niveles de violencia política desconocidos, quizá,
desde el preludio de la Guerra Civil Española en 1936. No es para
menos. Si las cosas salen mal, algo que pasará si las todo
se sigue
desarrollando
como ahora,
viviremos una seria amenaza a la supervivencia de Cataluña y España
como Naciones, que afectará frontal e inevitablemente a la
viabilidad de una ya de por sí débil Unión Europea. Pero,
personalmente, lo que más me preocupa de todo el asunto es que todo
lo acontecido en el último lustro ha sido un constante ataque a la
línea de flotación de la Democracia, y deberíamos estar sumamente
preocupados.
Como
decía, la independencia de Cataluña es un claro evento rupturista.
Ninguna novedad en esta afirmación.
El establishment político catalán (no podemos decir más antes del
referéndum) quiere separarse de la subordinación al estado español.
Para alcanzar este objetivo, se ha promovido una polarización
extrema entre dos élites, la del gobierno central del Partido
Popular (PP) con Mariano Rajoy a la cabeza, y la del gobierno de la
Generalitat de Cataluña (Junts pel Sí),
liderados por su presidente, Carles Puigdemont, y su vicepresidente,
Oriol Junqueras. Lo que no es algo tan
evidente, desde mi punto de vista, es
que la lucha desatada está enmarcada en
una guerra por el poder, que poco o nada tiene que ver con las
necesidades (quizá sí con el sentir) del pueblo catalán. No en
vano, ambos bandos pertenecen a la derecha política más rancia, que
posee no por casualidad estrechos vínculos con la corrupción
sistemática acaecida en este país. Es, en definitiva, una ruptura
por la derecha, donde se lucha por dinero en el contexto de una
terrible crisis económica. Y dinero, por
tanto, es poder económico, político y
social. Como ejemplo de lo que digo, uno de los más cacareados y
malintencionados argumentos del independentismo actual es que España
les roba con unos impuestos exorbitantes, y que ellos podrían
administrarse de manera independiente si no tuvieran que pagarlos. En
2015, Josep Borrel (antiguo ministro socialista de finanzas) y Joan
Llorach publicaron un libro titulado “Las
cuentas y los cuentos sobre la independencia”
(Editorial Catarata), donde todas estas supuestas injusticias
económicas son desmanteladas con potentes datos y argumentos. Como
conclusión del libro podemos decir que existe una clara manipulación
de las cifras económicas en el discurso proindependentista, que
generan dos ideas fuertemente resonantes en el imaginario colectivo
de la independencia catalana. Primero, imagine por un momento,
querido lector, que la comunidad, región o ciudad donde vive pudiera
costear de manera autosuficiente los servicios públicos existentes,
generando al mismo tiempo nuevo empleo de calidad, nuevas
infraestructuras, reducción de la pobreza, … es bastante tentador
para el ciudadano común el defender una independencia, ¿no cree?
Vamos ahora a ver qué es lo que ven esas élites económicas
catalanas: Sería fantástico si pudiéramos administrarnos nuestro
patrimonio y expolio de las arcas públicas sin el control del estado
español, ¿no?. Pues bien, si mezclamos todo, el primero de los
mensajes es el que está presente constantemente en radio, prensa y
televisión catalanas, utilizando partidariamente el sentimiento
catalanista, el cual se ve envenenado con el interesado “Yes,
we can” del segundo.
¿Qué
es lo que está haciendo el gobierno español de Mariano Rajoy?
Respuesta simple: Nada. Negacionismo absoluto. Desde que ganaron las
elecciones generales por primera vez en 2011, él (y todo el PP
detrás) ha ignorado sistemáticamente las propuestas de colaboración
y expansión de autonomía de Cataluña, evitando negociaciones
bilaterales y creando en Cataluña
un sentimiento de indefensión e irritación. En definitiva, podemos
decir que él y todo el PP son los únicos responsables de
transformar el Catalanismo (es decir, el orgullo de ser catalán
existente desde hace siglos) en un independentismo reaccionario. Pero
lo más grave del asunto es que son ellos mismos los socios
fundadores de esta situación actual. Hagamos un poco de historia (no
mucha), volviendo a los tiempos donde el socialista José Luis
Rodríguez Zapatero era presidente de la Nación española
(2004-2012). Si recordamos bien, Zapatero se embarcó entonces en una
carrera por reformar el estatuto de Cataluña o Estatut.
Sólo como recordatorio, decir que un estatuto es un tema muy
sensible, ya que afecta al reconocimiento oficial de las
peculiaridades socio-culturales (como lenguaje, territorio, …) y
atribuciones legales (en temas de sanidad, educación, …) de la
Comunidad Autónoma en cuestión. Como trámite indispensable, el
Congreso de los Diputados debe someterlo a votación antes de que
entre en vigor. En un alarde de cultura democrática (y simplificando
la totalidad del proceso), Zapatero diseñó un plan de acción que
consistía en una propuesta de Estatut
por parte del Govern
de la Generalitat,
el cual se sometería a referéndum en Cataluña y, si era aceptado
en el mismo, el
PSOE lo aprobaría en el Congreso sin alegaciones. Así ocurrió y
así se sacó adelante en 2006 un Estatut
para el pueblo catalán y por el pueblo catalán.
He
aquí amigos cuando el PP, liderados ya entonces por Mariano Rajoy,
presentó un recurso al Tribunal Constitucional en contra de casi un
60% de los puntos recogidos en el nuevo y democráticamente aprobado
Estatut.
Uno de los que más polémica despertó fue el artículo que
explícitamente reconocía a Cataluña como Nación, que a efectos
prácticos no suponía nada más que aquellas nuevas atribuciones
recogidas en el mismo documento. Haciendo una traducción de
los hechos: Mariano Rajoy y el PP
declararon inconstitucional la Democracia como un sistema a través
del cual la gente puede participar en la vida política del país,
rechazando la más
que evidente existencia de diversos pueblos
en España. Ni que decir tiene, el Tribunal Constitucional ya expelía
por aquel entonces un aroma a partidización, que ponía en
entredicho la imparcialidad de sus decisiones. La resolución de
inconstitucionalidad sobre el Estatut
se oficializó en
2010 tras un lamentable espectáculo de recusaciones y
contra-recusaciones políticas de sus magistrados, y
tras recursos constantes de PP y PSOE. Como
consecuencia, la versión descafeinada y censurada por dicho tribunal
era (y es a día de hoy) la única vigente legalmente. Con estos
eventos, uno puede perfectamente comprender, estimado lector, por
qué alguien orgulloso de ser Catalán evoluciona hacia un
sentimiento anti-español con activismo independentista.
Ha
pasado un tiempo desde entonces con algunas efemérides importantes,
como la consulta no oficial de independencia vía elecciones
autonómicas en 2016. Y aquí estamos hoy: el 1 de Octubre de 2017 se
ha programado un referéndum para la
independencia unilateral de y en Cataluña. La algo
más de una semana se aprobó en el
parlamento catalán la Ley de
Transitoriedad Jurídica y Fundación de la República,
junto con la oficialización del referéndum en sí, tras un más que
abochornante y vergonzante espectáculo circense-político. Por
supuesto, Rajoy sigue en su inmovilismo-negacionismo presentando un
recurso de inconstitucionalidad (que fue aprobado de urgencia por el
Tribunal Constitucional, dicho sea de paso); además,
el fiscal general del estado ha denunciado
ante el Tribunal Superior de Justicia a todas las personas
involucradas en esas leyes del Parlament
y a
los alcades favorables al proceso;
finalmente, para rematar la faena,
todas las fuerzas políticas (a excepción esencialmente de Podemos y
Bildu) se dicen
unidas amorosamente en
contra de un acto democrático. ¡Qué bonito escenario!… y
qué lamentable. No ya por la actuación del gallego y su secta de la
gaviota (eso ya nos lo esperábamos), sino por parte de ese adaliz de
los apátridas y desheredados llamado Pedro Sánchez.
Una vez más, y es la enésima ya, el rey
queda desnudo. Es efectivamente el ejemplo
perfecto de judicialización de la política, cuando los políticos
que dicen que nos representan fallan estrepitosamente en su única
función o en su única razón de ser: parlamentar o discutir con
visiones opuestas a las creencias o visiones personales/partidistas
de cómo ha de organizarse un país. Pero lo que es realmente
peligroso son las insinuaciones por parte de ciertos miembros
autorizados del gobierno acerca de la posibilidad del uso de la
fuerza militar. Aquí entra en juego el
famoso artículo 155 de la muy “democrática” Constitución de
1978, a través del cual se faculta al gobierno a enviar a la armada
en contra de posibles rebeliones internas… ¿estaremos realmente
ante el comienzo de un conflicto armado en el sur de Europa? Es de
hecho muy tentador el pensar en situaciones parecidas (en
el fondo) durante
la 2ª República Española, con Lluis
Companys como presidente de una
auto-proclamada República Independiente de Cataluña. En mi opinión,
si este referéndum es, no sólo prohibido, sino duramente castigado
(militar, judicial y/o
políticamente), podríamos estar ante la posibilidad de una pronta
declaración unilateral de Independencia Catalana sin consulta
mediante, un carro al que pueden unirse otros sentimientos
identitarios hispanos que
vigilan de cerca el proceso. ¿Qué pasaría entonces?
Para
incrementar el nivel de cinismo institucional, la vicepresidenta del
gobierno del PP, Soraya Sáenz de SantaMaría, dijo en declaraciones
algo así como que “La Democracia ha muerto en Cataluña”… a lo
que se puede añadir sin género de dudas que el PP ha sido cómplice
imprescindible del asesinato.
Muchas
cosas van a ocurrir antes y durante el 1º de Octubre y, como momento
histórico que es, escribiré
mi visión
particular de los
hechos si es que existe alguna coherencia
en ellos.
Nos
vemos en las calles