martes, agosto 09, 2016

La izquierda es regresiva en España


   Decía Juan Carlos Monedero en su libro “Curso urgente de política para gente decente” (Ed. Seix Barral, Colección Los tres mundos) que el pertenecer a un grupo, llámese club de fans, partido político o nación, reside en la creencia de un relato hegemónico común a las personas que lo forman, las cuales están convencidas, lo defienden y se sienten orgullosas del mismo. Si normalmente cada afirmación de este politólogo se presta a ello, este punto me indujo a reflexionar excepcionalmente in extenso. Desde hace algún tiempo, no pasa día sin el que critique animosamente lo español, a mucha de su gente y a sus costumbres. Abrir la versión digital de los periódicos y blogs de opinión hispanos se convierten en una suerte de liberación testosterónica, en la cual poco o nada resulta remotamente coherente. Pocas discusiones con la gente antaño pertenecientes a mi entorno cercano las puedo calificar de aceptables. Posiblemente ese momento de larga reflexión se deriva de una profunda convicción de que he resuelto algo: ya no comparto ni acepto un relato común con España. Aquellas bases ideológicas y sociales que me hacían disfrutar del ser “español” se han perdido. Y como tal, posiblemente también para varios millones de personas que residen en mi país natal.

   Así por ejemplo, se han caído relatos como el de la Transición del 78, la restauración borbónica, la pertenencia a la Unión Europea y la OTAN; sufren en estado crítico la calidad representativa de su democracia y de los partidos políticos; comienzan a tener pleno sentido conceptos como el nacionalismo independentista gallego-vasco-catalán, el Brexit y el “OXI” griego. Para más inri, después de tantos años seguimos exteriorizando patrones conductistas derivados del franquismo. Es decir, gatopardismo puramente italiano y ese “vamos a cambiar todo para que todo siga igual”. ¿Le suena querido lector? Yendo a conceptos más de andar por casa, no hace ninguna gracia que alguien confiese ser fanático de un equipo de fútbol, que se vaya a mirar tiendas al centro comercial por hobby o que se haya comprado el último modelo de teléfono móvil. Que alguien haga apología del tan extendido chovinismo hispano queda poco menos que en ridículo dadas las características de la “marca España”. Que se intente ver cómo aceptable el no ir a votar porque “estoy harto de los políticos” califica al abstenido como “idiota” en el sentido griego del término (y en el común, por qué no decirlo). Ni siquiera resignarse por las dificultades o practicar un activismo de salón tienen justificación (si es que alguna vez la tuvo). En un estado de emergencia socio-cultural como el que se vive en España, no se puede entender ni defender que todas esas costumbres sigan en boga día tras día en el quehacer de sus habitantes y la lucha en las calles siga átona. En definitiva, no tiene sentido ni es defendible el ser español tal y como se es a día de hoy con las circunstancias existentes.

   Para mayor gravedad del asunto, en esa pérdida de relato común no sólo sufrimos una crisis de representatividad y de régimen. También sufrimos una crisis de legitimidad de la izquierda ideológica, la cual, aunque le pese estimado lector, era la única hasta ahora con una mínima intencionalidad para con la gente, al fin y a la postre, para quien debería trabajar y estar controlada. Lo hemos visto con el resultado de las pasadas elecciones. Un partido como Unidos Podemos, con sus contradicciones, con sus errores, y con todo lo que usted quiera, representa la única opción actual (con opciones serias de gobernar al país) de evolución positiva con respecto a la dictadura europeísta establecida desde el comienzo de la crisis. Era (y sigue siéndolo) la única organización presidenciable en cuyo seno reside un sentimiento real de lucha contra esa España costrosa, carcomida de desigualdad, y traumada por su pasado católico fascista y por su presente católico tardo-fascista. Ante semejante opción, ¿qué es lo que la izquierda española ha hecho en el 26J? Quedarse en casa o volver al demacrado redil del PSOE, dejando en su camino toda suerte de desvergonzantes ataques a Unidos Podemos. El que exista una discusión y contraposición de ideas acerca de algo no es negativo. Es imperiosamente necesario, por contra. Pero la falta de humildad que ha habido en esta disputa, ha dilapidado las opciones reales de cambio en una inminente legislatura. Como ya dije en la entrada anterior, la inmensa mayoría de las críticas se pueden resumir en “a mí no me han hecho caso, luego que les den”; “este punto concreto no lo recogen o lo han quitado, luego que les den”; “no puedo tener un papel decisivo, luego que les den”; y así, egoístamente, una tras otra tras otra tras otra, cegándose visceralmente en lo que supuestamente falta, sin pensar en la cantidad de cuestiones tan deseables ya incluidas y envueltas para regalo. Los supuestos intelectuales de la izquierda se han convertido sin darse cuenta en una parte más de esa numerosísima población corrupta (traducido: votante del Partido Popular y del PSOE) que ha dado la victoria electoral a la secta de la gaviota. En España, a excepción de contados casos, existe una izquierda nucleada mayoritariamente conservadora, reticente a cualquier cambio que no venga desde su pequeña y parcial manera de ver el mundo, y que es incapaz de dejar paso a nuevas generaciones sin antes reclamar para sí su minuto de gloria y su “ya lo dije yo”. Es decir, una izquierda incapaz de comprender el nuevo eje arriba-abajo, encerrada en el idealismo de las revoluciones pasadas, y que ha privado a mucha gente de una urgente mejora con respecto a lo que se ha sufrido en los últimos años. Dentro de sus sesudos (y muchas veces acertados) análisis, no se ha dado cuenta de que por desgracia la inmediatez en la política actual no tiene cabida, y su propuesta de máximos le ha dirigido al respirador artificial por la auto-creencia de ser el nuevo subcomandante Marcos o la reencarnación de Robespierre. En definitiva, una izquierda conservadora que por intentar correr, ha ayudado a mantener un régimen bipartidista que contaba con unas constantes vitales bajo mínimos. Con ello no estoy haciendo apología del partido de Iglesias-Garzón. No se equivoque mi animoso lector. Me atrevería decir que esta izquierda no hubiera permitido ganar a Obama en EE.UU., a Rafael Correa en Ecuador o a Tsipras en Grecia. Hubiera sido imposible que Lula fuera presidente en Brasil o Evo Morales en Perú. Antes que todo ello, mejor que se queden los Bush, Palacios, Samaras, Rajoy, y demás calaña, ya que no me han dejado mi minuto de gloria o no han contado conmigo. Resumiendo, que les den. De nuevo, seguimos perdiendo el relato común como bien apuntaba Monedero.

   Ahora simplemente toca esperar, ya que la democracia en España es así de completa y participativa. Si nadie decide tomar las calles, si nadie está dispuesto a que la gente vuelva a tener el control y todos estamos cómodamente de acuerdo en cederlo a manos de reyes, televisiones de plasma y CEOEs, únicamente queda esa opción: esperar a que otros hagan algo. Lo dicho, después de este tostón de lectura, vámonos al centro comercial, que se me ha estropeado el teléfono y tenemos que estar pronto en casa ya que juega la selección.