lunes, febrero 22, 2016

Carne, leche y derivados: Un problema climático mundial


   Cuando haces de la búsqueda de información una costumbre, te enfrentas constantemente al problema del exceso de datos que están a tu alcance. ¿Cuántos de ellos son verídicos y cuántos son intoxicaciones interesadas o fanatismos intragables? Pregunta muy sencilla de formular pero complicada de responder. Lo único que puedo decir es que si a esa búsqueda se le aplica un poquito de sentido común, llegamos generalmente a encontrar grandes sorpresas como la que presento en esta entrada. 

    La información me llegó “vía-vía” a través de unos conocidos que dijeron haberse transformado al veganismo de la noche a la mañana a raíz de ver un documental de reciente producción. Este tipo de anécdotas nos han pasado a todos, y lo que generalmente ocurre es que tus conocidos han mutado en una suerte de abominación para la naturaleza humana. El caso es que, al tratarse de veterinarios, me pregunté si siendo ellos especialistas en el cuidado de animales, era posible que tengan alguna base fiable para que de un momento a otro decidieran no consumir producto de origen animal alguno. ¿Qué se esconde en ese documental?

   Dicho y hecho, una noche nos pusimos a verlo. Su nombre: Cowspiracy (http://www.cowspiracy.com/). Se puede visualizar gratuitamente a través de Youtube. Para empezar, decir que es un documental cuyo productor ejecutivo es Leonardo di Caprio, que a su vez sustenta con sus multimillonarios ingresos una organización que promociona el veganismo… ¡oh, no! -pensé-… 90 minutos acerca de lo tortuoso que es el sacrificio animal, sobre lo inocentes y “monos” que son y qué asesinos somos los hombres. Debate más manido que el de una supuesta nacionalidad venezolana de Pablo Iglesias. Y sí, algo de eso hay en el último cuarto de hora del documental (que encuentro por ello lo más flojo del mismo). 

   En cambio, la historia presentada durante el resto del metraje tiene tal fuerza y está tan claramente presentada, que es difícil quedarte impávido como Rajoy una vez que lo has terminado de ver. Aunque bueno, teniendo en cuenta lo que han votado cerca de 7 millones de personas en las últimas elecciones generales en España, todo es posible. Y por impavidez me refiero a no proponerse reducir paulatina, si no drásticamente, las cantidades de carne que comemos en nuestra dieta habitual. Aquí están los números:



  • El 51% de las emisiones a nivel mundial de gases de efecto invernadero están causadas por la industria ganadera y sus productos asociados. Únicamente el 13% está debido al transporte por carretera, tren, aire y mar.


  • En consecuencia, la huella de carbono de una persona que no coma absolutamente nada de carne es un 50% menor con respecto al promedio actual, sin ningún otro cambio asociado de estilo de vida.

  • La producción de excrementos (íntimamente ligada a la producción de metano) por parte de una granja de 2500 vacas equivale a la de una ciudad de más de 400.000 habitantes (Ratio 160/1).

  • El 65% de las emisiones mundiales de NO2 (el mismo que el de los coches diésel, tan de actualidad hoy en día) son debidas a la ganadería.

  • Para la producción de una sola hamburguesa de carne de vacuno se necesitan unos 2500 litros de agua, que equivale aproximadamente al volumen de agua que cada uno de nosotros utilizamos para ducharnos durante 2 meses.

  • Ese gasto de agua, por tanto, equivale al 55% del consumo total de agua en todos los EE.UU., siendo el uso doméstico de la misma únicamente un 5%. Además, conjuntamente, la industria de la carne y de los lácteos utiliza 1/3 del total de agua potable de la tierra.

  • 45% del total de la superficie terrestre está dedicada a la ganadería

  • 6000 m2 de tierra producen de promedio 170 kilos de carne mientras que la misma superficie produce 168.000 kilos de alimento vegetal. 


  • Por ello, una persona que consumidora habitual de carne necesita al año 18 veces más superficie terrestre para alimentarse (aprox. 11700 m2) que una persona sin consumo alguno de carne (aprox. 650 m2).

  • 91% de la superficie deforestada en la selva amazónica tiene como objetivo la ganadería, bien en forma de cultivo de vegetales para su alimentación o bien para el ganado en sí.

  • Como resultado, la ganadería y toda la industria asociada es la principal causa de extinción de especies, de contaminación de aguas y de destrucción de hábitats.

  • En definitiva, una persona que no consuma carne produce un 50% menos de gases de efecto invernadero. Así mismo, utiliza 1/11 de petróleo, 1/13 de agua y 1/18 de superficie terrestre en comparación con un comedor habitual de carne

   Esta sucesión de destrozos ecológicos que provoca la ganadería principalmente vacuna a nivel mundial, me dejó sin respiración. Primera pregunta: ¿Qué? (aunque he de confesar que me venía a la cabeza la versión anglosajona menos destilada: What the f…?). No me puedo creer que después de años separando basura, utilizar más a menudo la bicicleta y reducir el derroche de agua, electricidad y envases, … resulte que la influencia de estos actos en forma de huella del carbono y desgaste hídrico sea apenas poco más de nada. Y que casi todo dependa… ¡de las granjas de vacas y la industria vacuna y láctea mundial! Estamos claramente ante una situación forzada por el propio entorno global competitivo, que genera artefactos (en este caso, industrias) fuera de control. Podríamos hablar que algunas de estas empresas dedicadas a la producción de carne y leche pertenecen a ese elitista grupo del “too big to fail” (“demasiado grandes para quebrar”). O lo que es lo mismo, empresas que se han convertido en entidades que manejan tanto volumen de recursos económicos (y añado yo, naturales), que su bancarrota supondría la bancarrota inmediata del país/es donde se sustentan y/o de otras tantas empresas que a su vez dependen de ellas. Ni que decir tiene, que los gobiernos de turno optarían por el tan de moda recurso de socialización de las pérdidas (¿Alguien ha nombrado Grecia o Bankia?) antes de enfrentarse al tan apocalíptico escenario.    

   Evidentemente, ni que decir tiene, que viendo las conclusiones de la reciente y tristísima conferencia del clima de París, parece una broma de mal gusto en comparación. La importancia de los datos de Cowspiracy radican en que se nos presenta de pronto en el salón de casa, concretamente en la mesa, una posibilidad inaudita de empoderamiento ciudadano carente de dualidades incoherentes y de imágenes retrógrado-inmovilistas. Qué fácil, ¿eh? Ya no vale eso de “es que yo no puedo hacer nada para cambiar las cosas”. Me explico. Imaginémonos por un momento que a partir de mañana cuando nos levantemos, todos sin excepción, reducimos la dosis de carne y leche diarias pongamos en un 50% (propongo esta cifra tan conservadora no vaya a ser que la “todología hipánica” salte a la provocación con un “yo no puedo vivir sin mi buen filete diario y sin mis embutidos nocturnos”… qué cerebro más mal aprovechado…). Los efectos sobre el clima global de dicha medida si se mantuviera a largo plazo serían tan tremendos en el sentido positivo, como el no hacerlo en sentido negativo. De hecho, no hay que ser muy experto para aventurar que el afamado objetivo de mantener el incremento de temperatura por debajo de 1.5 grados, gritado a los cuatro vientos por los pseudo-líderes en París, sería muy sencillo con poquitos cambios más, si no una realidad fáctica per sé.

   Al mismo tiempo, probablemente se produciría un efecto de redistribución alimentaria. ¿Qué pasaría con la inmensa cantidad de cultivos y tierras dedicados a la ganadería que ya no son necesarios por la reducción de la demanda lactocárnica? Pues que tendrían que reciclarse a sí mismos, bien desapareciendo (lo que reduciría el consumo hídrico neto global y la deforestación) o bien redirigiendo su población objetivo, en este caso, desde la animal a la humana. Si este segundo fenómeno acontece, se tendrían que buscar ineludiblemente otros mercados, aceptando la lógica neoliberal desgraciadamente imperante. Los países más pobres, en los que apenas se subsiste con un dólar/euro al mes por persona física, serían un factible y lógico objetivo. La causa se encuentra en que, debido a que la producción vegetal es ya de por sí excesiva en los países supuestamente desarrollados, entrar a competir en ellos con el consecuente excedente generado no sería viable, ya que la bajada de precios subsecuente en un sector al borde del beneficio negativo sería fatídico para la salud económica global. Lo voy a traducir no vaya a ser que ustedes, señores lectores, se transformen en consumidores simplistas de mis palabras: devolveríamos la propia perversión lógica del sistema económico neoliberal del crecimiento infinito contra sí mismo, dejándole a tal efecto muy pocas salidas posibles y todas ellas a priori positivas para nuestra sociedad. La lucha se focalizaría entonces en que ese ente inmaterial todopoderoso, que hace andar a tullidos y que le respiramos junto al oxígeno que nos mantiene vivos, llamado “mercado” no de una vuelta de tuerca en falso y nos pase de rosca con los desatornilladores de la troika (se cambiaron de nombre pero siguen siendo los mismos) y de la Reserva Federal Americana (FED).

   Para aquellos que sigan con el cerebro esguinzado y vuelvan a repetir el “yo no puedo vivir sin mi buen filete diario y sin mis embutidos nocturnos” va dedicado este párrafo. Por experiencia propia y ajena, decir que los efectos beneficiosos para la salud de una reducción de carne en la dieta son más que patentes, aproximándonos algo más a lo que antaño se denominó dieta mediterránea y que aún hoy somos incapaces de ver que hoy eso ya no existe. Bajaríamos nuestro peso corporal, algo ya de por sí bastante incrementado entre los habitantes de nuestra “Spain is different” (adiós a las rancias  y estúpidas dietas de la piña, de alto contenido proteico, … etc); además se reduciría de manera evidente el riesgo de accidente vascular y nos sentiríamos sencillamente mejor al disfrutar de digestiones menos pesadas, entre otras cosas. Por si fuera poco, la reducción del consumo cárnico tiene un efecto auto-inductivo, desde el momento en que si comemos menos carne, tu cuerpo siente una menor necesidad de comerla y por tanto retroalimenta la reducción. Básicamente, el mismo efecto de desintoxicación de una droga. Y no queremos tomar drogas, ¿no? Mira tú por donde, que lo mismo la disminución del 50% se transforma en un 75-80% casi sin darte cuenta, cosa que a su vez multiplicaría los beneficios naturales y sociales globales, como expliqué más arriba.

   Para terminar dejaré escrita la siguiente reflexión: con todo esto NO  (subrayado, en mayúsculas y en negrita) estoy exhortando que dejemos de consumir carne y leche. Es más, creo que el veganismo puro es un extremismo, y como tal no hay que hacerle mayor caso. No digo que esté carente de lógica, si dejamos a un lado el tema del sufrimiento animal (probablemente ninguno de los autodenominados veganistas vayan a consumir un medicamento cuando están enfermos sin que antes se haya probado su toxicidad en un animal de laboratorio, por ejemplo). De hecho, parte de las ideas que aquí expongo encuentran su fuente en esta interesante corriente. En cualquier caso, la carne y la leche son necesarias (obvias propiedades nutricionales), el ser humano las ha consumido desde el inicio de los tiempos sin aparente perjuicio para la especie (somos más de 7 mil millones de personas, que cada vez viven más años) y son muy sabrosas; pero, por encima de todo, han de serlo en su justa medida, la cual está marcada por nuestra salud individual, la del entorno natural y la del entorno social, todos ellos por partes iguales.