El comienzo de mi relato se puede situar en uno de los
lugares que más frecuentemente visitamos en nuestra vida diaria. En realidad, a
decir verdad, con una mínima capacidad de observación y de curiosidad, las
situaciones más cotidianas pueden convertirse en verdaderos desafíos a la
inteligencia humana. O más bien, verdaderas exposiciones de su negligencia
conceptual.
De hecho, estaba yo hace un tiempo haciendo la compra
semanal en el supermercado de mi tierra de acogida y me encontré de frente con
unas bonitas calabazas en un cestillo. Pensé en coger una para hacer una crema,
a pesar de poco eficiente que resulta la cantidad de tiempo que “desperdicias” en
separar la cáscara si lo relacionas con la pequeña cantidad de pulpa que
obtienes a cambio. En cualquier caso, yo soy una persona de sabores y este se
encuentra entre los que más estimo. Mientras que sostenía una de ellas tratando
de identificar alguna indeseada señal de podredumbre, saltó a la vista una peculiar
etiqueta pegada al rugoso relieve del fruto. La figura representada, totalmente
en verde, se asemeja a una hoja de árbol cuyos bordes lo componen unas
estrellas de color blanco. Para los que no estén familiarizados, decir que se
trata del logotipo oficial utilizado por la Unión Europea para marcar los
alimentos producidos en condiciones biológicas, ecológicas u orgánicas.
Siguiendo los instintos de la curiosidad, continué
leyendo el etiquetado como normalmente hago con la inmensa mayoría de los
productos que pasan por mis manos. Poco tardé en darme cuenta que algo de lo que
ahí se estipulaba no cuadraba: “Procedencia:
España”. Es decir, aquel alimento que teóricamente aboga por un cultivo
sostenible, en armonía con el medio ambiente, ¿ha sido transportado por tierra,
aire o mar más de 2000km hasta el lugar de venta? Quizá no me haya enterado de
que los combustibles fósiles se han demostrado inocuos con la capa de ozono y
el calentamiento global es una mera maniobra de marketing. La pregunta es: ¿cuán biológico es un producto si dentro
de la cadena de producción (entre la que se incluye la distribución) se ha
hecho uso de un vehículo con motor de explosión? Automáticamente, mis ojos se
dirigieron al cestillo adyacente, con el mismo producto pero sin la tan afamada
etiqueta verde. Esperable, aunque no por ello menos aberrante, mi bolsillo
tenía que desembolsar casi el doble de precio por el simple hecho de una
homologación que ya aparentemente carece de un mínimo de criterio.
Se me plantearon diversas dudas al respecto. La primera y
la que más me cabrea, ¿me están llamando tonto y aun así piensan que no me voy
a dar cuenta? Seguidamente, y con la mente un tanto más fría, ¿será posible que
la UE, ese nuestro organismo rector que todo lo sabe y controla en Europa,
puede ser tan chapucero como para autorizar un etiquetado contradictorio? Y por
último, ¿es posible que tenga un concepto equivocado y extremista de lo que
debería ser orgánico? Desgraciadamente, como veremos después, las respuestas a
estas preguntas son sí, sí y no respectivamente.
De manera general,
la producción biológica (tanto animal como vegetal) se podría definir como
aquella que se realiza acorde con los principios de sostenibilidad con la
naturaleza, es decir, preservando un alto grado de biodiversidad, conservando
los recursos naturales y aplicando un elevado estándar de bienestar animal.
Estas características están tomadas directamente de la normativa europea
referente a la producción orgánica y su etiquetado (Council Regulation (EC) No
834/2007 of 28 June 2007 on organic production and labelling of organic
products and repealing Regulation (EEC) No 2092/91), la cual marca
las pautas a seguir por todos los países de la Unión Europea a la hora de
comercializar dichos productos con el logotipo que describíamos previamente. La
verdad es que, como muchas cosas sobre el papel, tenemos ante nosotros el tipo
de producción que el ser humano como especie podría, bajo mi punto de vista,
adoptar incondicionalmente como solución ante la perjudicial influencia del ser
humano en algunos aspectos de nuestro medio ambiente. Pero aplicando aquel
principio no escrito de “lo bueno, si
breve, dos veces bueno” poco nos dura la ilusión de dicha introducción.
Concretamente 8 parrafitos de la normativa, a partir de los cuales comienza un
festín de necedades que desemboca indefectiblemente en un atracón de desaboría
incultura. Pero toda ella
orgánica, no nos olvidemos.
Cito
textualmente el párrafo 9: “Genetically modified organisms (GMOs) and products
produced from or by GMOs are incompatible with the concept of organic
production and consumers' perception of organic products...” Traducido, “Los Organismos Genéticamente Modificados
(OGMs) y aquellos productos obtenidos a partir de o por OGMs son incompatibles
con el concepto de la producción orgánica y la percepción del consumidor acerca
de los productos orgánicos…”. Solamente ha faltado un “va por ustedes” (All for you, en Inglés) agitando el
capote torero. Para empezar por el principio de los múltiples comentarios que
se pueden hacer al respecto, me gustaría que alguien con un sano espíritu de
crítica y una mente abierta fuera capaz de mostrarme un solo trabajo que,
siguiendo unos altos estándares científicos, demuestre y concluya
indefectiblemente que los OGMs (o alimentos transgénicos, palabra tan denostada
últimamente por organismos de dudosa ética profesional) son perjudiciales tanto
para el ser que los consuma como para el medio ambiente. Yo personalmente, que
no tengo una mente abierta…. a las estupideces, no he sido capaz. Algunos
siguen hablando del artículo retractado de Seralini, otros de multinacionales
asesinas que quieren esclavizar a la humanidad. Algunos más originales, con el
síndrome de nueva cuña denominado “Cualquier
tiempo pasado fue mejor”, citan como fuente de referencia oficial autorizada
a su abuela o bisabuela (quienes recordemos tienen o tenían menor esperanza de
vida que nosotros en la era transgénica) argumentando algo así como que los
productos de entonces tenían más sabor (para gustos...) y eran mejores. En
definitiva, palabrería barata que se engloba en la teoría “todológica” que
explicaba en pasadas entradas del blog y en no pocas inspiraciones (o
expiraciones…) “New age”. Desgraciadamente, suelen desembocar en extremismos
insostenibles dese el punto de vista lógico, en las cuales las máximas
aspiraciones de sus miembros son dar algún tipo de motivación a sus aburridas
vidas a base de supersticiones pseudo-religiosas.
Siguiendo con el
susodicho párrafo, decir que la segunda parte de la frase no tiene perdición…
¡toma en cuenta la percepción del
consumidor acerca de los productos orgánicos! Independientemente de que esta
sea o no correcta. En definitiva, de manera indirecta la manipulación de la
opinión del consumidor se hace ley y toma un papel preponderante en la
aplicación de la legalidad vigente. Para no parar de reírnos con semejante
ridiculez, en el punto 13, cargándose de autoridad moral, se dice lo siguiente:
(…) Additional fertilisers, soil
conditioners and plant protection products should only be used if they are
compatible with the objectives and principles of organic production. Traducido
literalmente, “(…) fertilizantes
adicionales, acondicionadores del suelo y productos para la protección de las
plantas deberán ser utilizados sólo si son compatibles con los objetivos y
principios de la producción orgánica”. ¡Qué bonito! Con fuerza y
reafirmando su propuesta… he estado a punto de derramar una lagrimita… Como
reflexión diré lo siguiente: ¿acaso los OGMs no cumplen tantas o más exigencias
de la ley como los propios alimentos orgánicos? Que cada cual haga sus
indagaciones y lo mismo nos llevamos alguna que otra sorpresa. Es más, si los
transgénicos en general son tan malos como los pintan, y siguiendo el mismo
principio de prohibición, ¿por qué los adalides de semejante ridiculez de
normativa no dejan también de consumir, por ejemplo, ciertos medicamentos
cuando están enfermos? Me muero de ganas de ver la cara de un diabético
insulino-dependiente cuando un ecologista pro-orgánico le comente que van a
prohibir su tratamiento por prejuicios acientíficos… Así pues, basándose en una
gran y absoluta “nada” y en la opinabilidad (= “todología” en este caso) de la
cuestión, en el punto 30 del citado documento oficial concluye que los OGMs no podrán
ser etiquetados como orgánicos, ni podrán ser incluidos en dichos productos.
Porque yo lo valgo, se podría añadir.
Y ya que hablamos
de tener en cuenta la percepción del consumidor, llegamos al punto 22: “It is important
to maintain consumer confidence in organic products. Exceptions
from the requirements applicable to organic production should therefore be
strictly limited to cases where the application of exceptional rules is deemed
to be justified.” En pocas palabras, “Es
importante mantener la confianza del consumidor en los productos orgánicos.
Excepciones a los requerimientos aplicables a la producción orgánica han de
estar consecuentemente limitados a aquellos casos donde la aplicación de normas
excepcionales se consideren justificadas”. Ay pillines… ahí os quería yo
ver. Es decir, tenemos que promocionar a toda costa nuestro producto falso, no
vaya a ser que nos descubran. A ver, a ver… mmm. ¿Cómo podemos dar entonces
publicidad a los alimentos ecológicos? Bueno, no se me ocurre otra cosa que
denostar a la malvada industria alimentaria, compuesta únicamente de gente sin
escrúpulos y con la connivencia de unas autoridades que sistemáticamente
falsean y ocultan los negativos datos de salubridad. ¡Sí! ¡Buena idea! Este montaje
entonces es perfecto:
Ah, no! Mejor este:
¡Esto es un chollo! A pesar de que lo que diga no sea
cierto, puedo utilizar de pisapapeles la ley española acerca de la publicidad
engañosa (Reglamento de información alimentaria al consumidor (1169/2011), de
aplicación a la publicidad. Art. 7, Prácticas informativas leales) sin
represalias y, encima, ¡me beneficio de ello! Dónde hay que firmar…
Pero
bueno, no todo hay que hacerlo en negativo. Hay que revestirlo todo de un halo
moderno y neo-guay:

Además, como bien
se ve en la imagen, dentro de nuestra impunidad dialéctica, podemos mentir un poco más y decimos que todo se ha hecho sin químicos.
¡Sí señor! Relacionado con ello, seguramente lo que más se oye es que no se han utilizado pesticidas, esos productos sintéticos que lo único que hacen es intoxicar nuestra alimentación de manera lenta pero segura. “Killing me softly” como dice la canción. Pero entonces, ¿por qué los propios organismos oficiales generan anexos con, precisamente, pesticidas autorizados? ¿No habíamos quedado que la química es mala y lo natural es bueno? No, no, no… pero un momento. Si en el colegio a mí me enseñaron que todo en esta vida es química. ¿Hay dos tipos de química? ¿Una buena y otra mala? No entiendo nada. Además, no puedo menos que fijarme en sustancias de esa lista como el cobre (inmensamente natural en su origen pero tremendamente tóxico a ciertas concentraciones) utilizado como anti-fúngico en plantaciones vinícolas ecológicas (Caldo Bordelés). Lejos de ser biodegradable, se acumula en el suelo (Enlace 1 y Enlace 2) y, por consiguiente, en la planta que crezca en él, configurando una vía de acceso y toxicidad a nuestro organismo. Además, la acumulación afecta a las especies que viven en dicho suelo, como las lombrices de tierra, generando una menor biodiversidad en torno al cultivo supuestamente biológico. Paradójico, ¿no? (Aclaración: estos enlaces no contienen declaraciones juradas de ecologistas “todológicos” ni “websites” ecolo-maliciosas).

¡Sí señor! Relacionado con ello, seguramente lo que más se oye es que no se han utilizado pesticidas, esos productos sintéticos que lo único que hacen es intoxicar nuestra alimentación de manera lenta pero segura. “Killing me softly” como dice la canción. Pero entonces, ¿por qué los propios organismos oficiales generan anexos con, precisamente, pesticidas autorizados? ¿No habíamos quedado que la química es mala y lo natural es bueno? No, no, no… pero un momento. Si en el colegio a mí me enseñaron que todo en esta vida es química. ¿Hay dos tipos de química? ¿Una buena y otra mala? No entiendo nada. Además, no puedo menos que fijarme en sustancias de esa lista como el cobre (inmensamente natural en su origen pero tremendamente tóxico a ciertas concentraciones) utilizado como anti-fúngico en plantaciones vinícolas ecológicas (Caldo Bordelés). Lejos de ser biodegradable, se acumula en el suelo (Enlace 1 y Enlace 2) y, por consiguiente, en la planta que crezca en él, configurando una vía de acceso y toxicidad a nuestro organismo. Además, la acumulación afecta a las especies que viven en dicho suelo, como las lombrices de tierra, generando una menor biodiversidad en torno al cultivo supuestamente biológico. Paradójico, ¿no? (Aclaración: estos enlaces no contienen declaraciones juradas de ecologistas “todológicos” ni “websites” ecolo-maliciosas).
Por poner otro
ejemplo, en esa lista de pesticidas y químicos autorizados en agricultura
orgánica tenemos al microorganismo Bacillus
thurigensis, el cual produce una proteína insecticida (Proteína Bt) que protege al cultivo de incómodos
comensales. Decir que, curiosamente, algunas variedades transgénicas (OGMs) llamadas
“Bt”, contienen el gen que produce dicha proteína por lo que no necesitaríamos
utilizar ningún plaguicida extra (a no ser que hayan aparecido previamente
plagas resistentes en la zona). Con lo que 1) Los cultivos de la zona se beneficiarían de la disminución
de los insectos perjudiciales por el “efecto halo” y 2) ahorras dinero derivado
de la compra de dicho insecticida, fumigación y huella ecológica de dicho
proceso. ¿Es entonces ecológico, orgánico o biológico un OGM Bt? ¿Estamos aplicando una doble moral
cargada de obcecaciones y sinrazones.
Si seguimos
hablando un poquito de los insecticidas en el mundo de lo orgánico (que
evidentemente -¿cómo íbamos a dudarlo?- no son ni químicos ni pesticidas, al
ser un producto autorizado para la agricultura ecológica), nos encontramos con
un asunto cuando menos curioso. Es más, en pos de preservar la biodiversidad
(uno de los grandes principios de nuestra bio-religión), utilizamos un
producto, el Espinosad, cuya
principal característica es que es sumamente inespecífico. Es decir, nos cargamos seguro la plaga que nos
destroza el cultivo. Pero también a toda la biodiversidad de insectos alrededor
del mismo que no tiene culpa de nada…. Aaaahhh, ya entiendo…. ¡viva la
biodiversidad! Si yo fuera tan falaz como esta ley que estamos analizando y sus
cínicos valedores, podría dedicar mi vida a desprestigiar la producción
biológica, participando al divertido
juego de establecer relaciones causa-efecto insostenibles y sin fundamento
alguno. Con el fin de hacerlo fácil, potente y de actualidad, utilizaré una
noticia reciente sobre la reducción grave de la población mundial de abejas. Fuera ya de que si Obama hace esto o que si los
científicos se preocupan (qué más nos da, si nuestro propósito es otro),
elaboro este titular: El uso de
insecticidas inespecíficos en la agricultura ecológica (Espinosad) es una de
las causas importantes de la extinción progresiva de la abeja (Apis mellifera).
Lo publico en mi blog anti-ecologista y me dedico a darlo publicidad. Fuente: ninguna.
Datos: ninguno. Simplemente publícalo, que nadie va a corroborar la (espero)
insostenible afirmación. Y este es, señoras y señores, el sistema de marketing
que nuestra ley biológica avala.
También podríamos
comentar algo acerca del otros elementos de ese listado, como el aluminio y el
azufre, ya que se intentan justificar su uso en agricultura biológica diciendo
que son elementos absolutamente incorruptos y naturales al proceder casi
directamente de las minas o yacimientos. Estupendo. Como todo lo natural es
bueno, usemos entonces también el uranio y el plutonio, productos altamente
naturales. Saltan a la vista igualmente algunos compuestos más complejos, como los
piretroides, el jabón potásico, aceite de parafina, … que fuera ya de la
discusión acerca de su toxicidad o no toxicidad (hasta el agua puede ser tóxica
si te bebes 15 litros al día), después de tanta publicidad engañosa no me queda
claro si son químicos o no. Creo que debo de regresar al colegio, a la vista de
mi tremenda confusión y/o desinformación.
Paradójicamente,
alguno de esos químicos sintéticos que las malignas compañías multinacionales
comercializan a modo de pesticidas, son bastante más biodegradables que muchos
de los supuestamente “no químicos” biológicos, al tiempo que menos tóxicos. Se
puede poner el ejemplo del glifosato, herbicida frente al cual alguna de las
variedades transgénicas es resistente. Este elemento se ha demonizado desde
diversos lobbies ecologistas argumentando una supuesta toxicidad necesariamente
mortal. Es algo muy curioso, ya que los estudios de toxicidad nos dicen que es
en torno a 10 veces menos tóxico que la cafeína o la aspirina y, que yo sepa, estos mismos señores no tienen ningún
reparo al cafecito de media mañana ni al medicamento de la gigante
multinacional alemana cuando les duele la cabeza. Para apoyar su afirmación, casi
siempre se basan en un estudio donde se le inyecta glifosato al embrión de una
rana o de un pollo, produciendo malformaciones… y digo yo. Evidentemente. El embrión es un sistema
tremendamente delicado, al cual mínimas alteraciones le suponen grandes
consecuencias. Imaginémonos si le inyectamos directamente, no ya glifosato,
sino…. algo. Un poquito de leche caliente con miel, una manzanilla o un batido
de vainilla (pero todos ecológicos por respeto al medio ambiente). En todos los
casos observaremos al menos tantas (o más) consecuencias como con el glifosato.
Así que, moraleja, basándonos en las irrisorias condiciones experimentales
planteadas en la publicación, que los futuros padres se abstengan de inyectar
un caldo de verduras transgénicas resistentes a glifosato en el útero para
evitar malformaciones. Funciona al 100%.
Volviendo a la
desafortunada realidad (es decir, al punto 22 con el que comenzó todo el razonamiento
tóxico de antes), hay que seguir encubriendo el lado oscuro de esta ley y, como
hemos dicho antes, vamos a presentarnos como los salvadores de la humanidad. Espera, espera. Alguien podría decir que me estoy
pasando. Por lo menos, en este punto que tratamos, se deja abierta la
posibilidad de introducir nuevas consideraciones dentro de la agricultura
biológica basándose en… a ver… ¿cómo las llamaba? Ah sí. Evidencias... ya…
pero… entonces me pregunto yo: si hasta ahora se encuentra ampliamente
justificada la seguridad (y en muchos casos las ventajas) del cultivo y consumo
de OGMs, ¿por qué se prohíben explícitamente? ¿O es que debido a mi falta de
compresión lectora y el uso de un idioma que no es el mío he traducido el
artículo erróneamente? ¿Es posible que quizá únicamente se tenga que atender la
opinión de un público mal informado (al que no olvidemos hay que someterse obligatoriamente
según el párrafo 9), y no a razones científicas objetivas y suficientemente
contrastadas? Y lo que más me intriga, si nos ponemos en un supuesto (bastante
remoto a tenor de la imbecilidad humana) de que, por poner un ejemplo, se
aprueba el uso de OGMs en agricultura biológica ¿es posible que los
beneficiarios de esta manipulación se queden sin el chiringuito de vender una
farsa a un precio desorbitado? La verdad es que la lectura del antiguo testamento
y esta ley no difiere mucho. Y como tal, no es de extrañar que los extremistas
bio-religiosos dejaran de consumir dicho producto si tal eventualidad tuviera
lugar. Pero voy a dejar de especular, que para eso ya tenemos a las
organizaciones pro-bio, pro-vida, pro-…creo que me estoy liando…
Continuando
con nuestra lectura del comic, si nos vamos al punto 32, por fin llegamos a
algo relacionado con las importaciones y exportaciones de, por ejemplo, la
calabaza con la que comenzaba esta entrada. Realmente aquí (al igual que en el
resto del documento) no se especifica nada acerca de su regulación, pero
evidentemente legalizan un transporte de mercancías calificado como biológico,
orgánico o ecológico. Pero lo más bochornoso viene después: “It might in some cases appear
disproportionate to apply notification and control requirements to certain
types of retail operators, such as those who sell products directly to the
final consumer or user. It is therefore appropriate to allow Member States to
exempt such operators from these requirements (…)”. (Traducción
aproximada: Puede resultar en algunos casos desproporcionado el aplicar los
requerimientos de notificación y control a ciertos tipos de operadores
minoristas, como aquellos que venden directamente al consumidor o usuario
final. Es por lo tanto apropiado el permitir a los Estados Miembros el eximir a
dichos operadores de estos requerimientos.). Pero, ¿no es
uno de los mayores principios de este tipo de producción el cultivo y consumo
de proximidad? Y si, debido a esa exención fiscal de ciertos distribuidores,
resulta que hacen uso de prácticas insalubres para el medio ambiente o utilizan
vehículos altamente contaminantes, ¿sigue siendo biológico el producto que
llega la supermercado? Además, por si no queríamos más, nos deleitan con una
agradable sobremesa. En el punto 33 hacen mención a importaciones de alimentos
biológicos desde fuera de la Unión Europea (!!!!???), los cuales, si han sido
producidos bajo el amparo de esta incoherencia suma que nos presentan en forma
de ley, se autorizan con el sellito verde
europeo de ecológico (nos da igual la distribución, o lo que es lo
mismo, que crucen un océano entero en barco, por ejemplo). La verdad es que ya
casi me da vergüenza a estas alturas seguir indagando, porque rascando un poco
más en cualquier aspecto de la ley, descubres negligencias por todos lados. Y las
importaciones no iban a ser menos. De hecho, una auditoría realizada en 2012 a
todos los países miembros de la UE acerca de los alimentos biológicos concluyó
entre otras cosas:
·
Los informes presentados a la comisión de control son a
todas luces insuficientes e incompletos.
·
Existen dificultades en la trazabilidad de los alimentos.
·
Los controles a la importación de alimentos biológicos
son insuficientes.
·
Falta de fiabilidad para constatar que dichas
importaciones aceptadas cumplen las condiciones.
·
No pueden garantizar que los operadores de alimentos
biológicos hayan sido auditados una vez al año.
Que cada uno saque su reflexión que yo me
agoto. Pero independientemente de estas consideraciones, de nuevo nos venden un
poquito de humo, gritan una supuesta verdad revelada como un Jesucristo del
siglo XXI y nos incrementan bochornosamente el precio delante de nuestras
narices.
Hasta aquí la
primera parte de mi escrito acerca de la agricultura ecológica. Espero que la
broma que he expuesto le haya gustado y le apetezca enterarse un poco más de
otros aspectos del timo de lo biológico. La segunda parte está en camino con
más y más emocionantes incoherencias como nunca antes se hubo visto.
(Próximamente en los mejores cines)